La lila es una flor eslava
No tenemos que hablar de la actualidad si no queres, te ofrezco un asiento al lado mío, un mate o agua (hace mucho calor hoy) y podemos mirar la cúpula de la iglesia o los pájaros persiguiéndose (quizás cortejandose, quizás jugando). Incluso las moscas que pasan por ahí, se quedan estáticas y siguen su camino. El jardín, repleto de árboles llorones y su cercado arbolado, una fuente en el medio con una imagen de la virgen tallada con un nivel de detalle que se sospecha que es de Michelangelo.
No tenemos que hablar, te puedo señalar la frase de Borges escondida en una de las esquinas y mostrarte las lilas que crecen en los rincones donde no hay mucho sol. Te puedo mostrar cómo cae el sol sobre esos banquitos y que son más suaves que los de piedra que me raspan las piernas (si voy con vestido). No tenemos que hablar, podemos escuchar las campanadas, con su estilo musical extraño (ya no es tinngggg toooooongg, ahora es una música cubana comprada en China) porque ya no hay espacio para los campaneros (o así yo los llamo). Ya no hay espacio para muchos y te largan a un mundo donde todo está al alcance de tu mano y poco para descubrir. A mí me gusta descubrir las lilas en la esquina y ver cómo se reflejan en el vidrio templado. Me gusta sorprenderme con un poco de jazz al atardecer. Me gusta llenarme de adrenalina, los encuentros, la nuevas páginas, las palabras, los niños corriendo, y paf, el flash de una cámara. No tenemos que hablar, te ofrezco otras cosas, un mate, las lilas en el rincón, una mirada verdadera.
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Tiffany & Co.