Alguna vez escuché a un hombre decirle a una mujer “escribí sobre algo más interesante como… la muerte”. Siempre me pareció un tema de la vida cotidiana, todos nacemos y todos morimos. Nunca le tuve miedo a la muerte, porque en fin, dejas de vivir y todo se termina (para vos). Cuando tenía 8 años, mi abuela falleció y quise ir a ver el velatorio, más bien, lo exigí. Me acuerdo ver el cajón y ponerme en puntas de pie para verla. Solo la veía durmiendo en paz. Nunca supe como el cáncer la carcomía por dentro. Mi padre no paraba de llorar, lo único que quería era que no llorase (en ese entonces, para mí, los hombres no lloraban). A los 15 falleció mi abuelo pero eso ya lo venía internalizando y era una persona mayor. Tenía la costumbre de que cuando nos daban la noticia que le quedaban días para vivir, yo soñaba que se moría y al día siguiente, descubrían que tenía más meses de vida. Un día volviendo de Mendoza, nos despedimos; y al llegar a Buenos Aires, él había fallecido a ese horario...