Laberinto y Relato de la lluvia
Estos son dos escritos de mi pequeño libro.
Laberinto
je suis à la recherche du mon temps perdu
Viajera, se hace camino al andar, aunque te hayas perdido durante tanto tiempo; tu vida, un laberinto sin salida, cuyos esfuerzos por saltar esas imponentes paredes te dejaron exhausta. Tú, viajera, mientras todos iban por el lado izquierdo, tú ibas por el derecho. Ese fue el gran error que lograste conocer una fría noche de junio, cuando tus músculos atrofiados estaban, y la sed y el hambre ya eran habituales. Viajera, esa noche lentamente diste la vuelta y empezaste a caminar por el otro lado. Aún te queda un largo trecho, obstáculos por superar. Por aquel camino otros seres te encontrarás, y algunos quedarán para el resto de tu vida; otros desaparecerán, pero su huellas quedarán ahí, su presencia estará siempre en tí, nutriéndote de los más bellos y puros momentos. Ten cuidado viajera, habrá momentos en los que retrocederás y otros en los que avanzarás, pero jamás te detengas porque el camino no se hace solo y su sentido no encontrarás.
Relato de la lluvia
Es viernes y llueve torrencialmente. Los edificios, cuyas fachadas antiguas observo desde mi sillón, se vuelven difusos; sus contornos se pierden entre la niebla y aquellas espesas y vigorosas gotas saladas. El cielo llora, llora su muerte día a día, como aquel enfermo terminal que sabe que ella va a llegar, pero no sabe el momento exacto. Esta lluvia es el llanto, es la manifestación de la tristeza humana.
Los rayos fugaces, que iluminan el manto que tiñe a la ciudad de gris, y los estrenduosos truenos, complementan a esta dichosa lluvia. Y como un soprano o un tenor, llega a su clímax: las hoas se mueven violentamente, los animales buscan los escondrijos más seguros, y yo soy una observadora desde mi sillón color canela.
Su ruido llega a mis oídos como una tonada melancólica. Las gotas, que tintinean contra el fino vidrio, el piso y las rejas negras que resguardan el balcón, hacen una melodía armoniosa. Cierro los ojos y me imagino en un campo a cielo abierto. Sus gotas se deslizan por mi cuerpo, mi pelo, mi alma, como una caricia sobre el océano, como si trajera la calma. Vuelvo a la realidad. El día se oscurece más mientras la lluvia continua, y aunque ahora se apaciguó su llanto, pronto vendrán más fuertes y poderosas lluvias, porque la humanidad, ésta humanidad contemporanea, no cesa de llorar.
Laberinto
je suis à la recherche du mon temps perdu
Viajera, se hace camino al andar, aunque te hayas perdido durante tanto tiempo; tu vida, un laberinto sin salida, cuyos esfuerzos por saltar esas imponentes paredes te dejaron exhausta. Tú, viajera, mientras todos iban por el lado izquierdo, tú ibas por el derecho. Ese fue el gran error que lograste conocer una fría noche de junio, cuando tus músculos atrofiados estaban, y la sed y el hambre ya eran habituales. Viajera, esa noche lentamente diste la vuelta y empezaste a caminar por el otro lado. Aún te queda un largo trecho, obstáculos por superar. Por aquel camino otros seres te encontrarás, y algunos quedarán para el resto de tu vida; otros desaparecerán, pero su huellas quedarán ahí, su presencia estará siempre en tí, nutriéndote de los más bellos y puros momentos. Ten cuidado viajera, habrá momentos en los que retrocederás y otros en los que avanzarás, pero jamás te detengas porque el camino no se hace solo y su sentido no encontrarás.
Relato de la lluvia
Es viernes y llueve torrencialmente. Los edificios, cuyas fachadas antiguas observo desde mi sillón, se vuelven difusos; sus contornos se pierden entre la niebla y aquellas espesas y vigorosas gotas saladas. El cielo llora, llora su muerte día a día, como aquel enfermo terminal que sabe que ella va a llegar, pero no sabe el momento exacto. Esta lluvia es el llanto, es la manifestación de la tristeza humana.
Los rayos fugaces, que iluminan el manto que tiñe a la ciudad de gris, y los estrenduosos truenos, complementan a esta dichosa lluvia. Y como un soprano o un tenor, llega a su clímax: las hoas se mueven violentamente, los animales buscan los escondrijos más seguros, y yo soy una observadora desde mi sillón color canela.
Su ruido llega a mis oídos como una tonada melancólica. Las gotas, que tintinean contra el fino vidrio, el piso y las rejas negras que resguardan el balcón, hacen una melodía armoniosa. Cierro los ojos y me imagino en un campo a cielo abierto. Sus gotas se deslizan por mi cuerpo, mi pelo, mi alma, como una caricia sobre el océano, como si trajera la calma. Vuelvo a la realidad. El día se oscurece más mientras la lluvia continua, y aunque ahora se apaciguó su llanto, pronto vendrán más fuertes y poderosas lluvias, porque la humanidad, ésta humanidad contemporanea, no cesa de llorar.
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